"Escribo sobre ti desde hace mucho, incluso antes de conocerte."

Iván Ferreiro.

22.10.10

Odio que me digas que me quieres cuando después de tres años aun no sabes que detesto la leche caliente por las mañanas, que no soporto dormir con calcetines. Que no sepas que siempre tengo, entre otros, el mismo libro en la mesita. Que no alcances a pensar que no aguanto ver “reality show’s” de esos que siempre ponen en Telecinco o Antena 3, ¡que sé yo! Odio que me cuentes que soy fantástica cuando después de tropecientos despertares juntos no te has dado cuenta que me encanta que me acaricien antes de levantarme de la cama, que me muero por despertarme con tu cabeza bailando entre mis muslos, ahora un vals, ahora un chachachá. Que me gustaría que me fotografiases a todas horas, desnuda, vestida, a medio vestir, en la ducha,  comiendo… Me asquea que no seas capaz de notar como me emociono hasta viendo El (terrible) diario de Patricia. Me horroriza que, a estas alturas, me regales cosas amarillas, ¿no te has dado cuenta? No me las pongo, nunca.
Sí, siempre he querido que todos los hombres a los que he impresionado se olvidaran de mí. Y sé que hay varias maneras de hacerlo como por ejemplo haciéndoles daño, mucho daño; pero no me sale. No sé engañar, no sé mentir, ni herir, no me sale. Quisiera que dejaran de acordarse de mí e incluso que se aguantasen de hacer preguntas estúpidas que no pienso contestar con verdades, entre ellas: ¿ya hay alguien que se ha pillado los dedos? A lo que respondo siempre: Está al caer. ¿Qué voy a decir sino? No quiero que me recuerden una vez al mes que quieren que sea la madre de sus hijos, no quiero irme a la cama con ninguno de ellos, no me interesan ni para tomar un café y lo siento. Siento parecer borde, superior, engreída y así pasando por pasota hasta llegar a rencorosa. Pero no se trata de nada de esto. Simplemente no me interesan sus discursos sobre el amor, el sexo (¿por qué siempre hablaran de sexo?), la política, la lengua, la vida, etc. No me interesan me aburren, me aburren hasta límites impensables. Y si rara vez consiguen que alguna teoría me resulte válida, siempre me parece mejorable, muy mejorable. Odio que me recuerden que alguna vez los ame (si es que llegue a hacerlo) y que antes les caía más simpática pero que sigo estando igual de sexy (véase sexual). Y que intenten con alguna sonrisa buscar una complicidad inexistente, que se fugó hace ya mucho tiempo. Que insistan en pagar la bebida o me hablen como si aun estuviera en mis diecisiete años me resulta sumamente patético, no quiero darles las gracias por nada. Detesto cuando, en muy pocas ocasiones, me levanto para ir al baño o a coger el diario su mirada se pasee por mi culo. Pero sobretodo me irrita profundamente que me pregunten si pueden tocarme el pelo. ¿De veras es necesario? Y no tengo por costumbre contestar esas preguntas, sólo me dedico a poner cara de mala hostia y creo que es suficiente. Sí, quisiera que todos rehicieran su vida y que cuando conozcan a una buena chica, por favor que no le hablen de mí. Y demostrarles que sí, que algún día llegará el hombre de mi vida, que existe, que no es un imposible mío, que es de carne y huesos, y que está allí. Y que no me aburro de todos sino que meramente ellos no pueden darme ni la mitad de lo que deseo. Que entendieran que mi aspiración va más allá de todo eso que pueden ofrecerme. Que están a años luz de ser el padre de mis hijos o el hombre que me lleve al altar, y demás cosas que se dicen. Y que comprendan que hace una infinidad que dejaron de divertirme. Que no, no me interesan ni para que me enciendan el cigarro cuando no llevo mechero. No los necesito para nada. Sí, siempre he deseado que todos los hombres a los que he impresionado se olvidaran de mí.
Todos, menos tú.
Siempre quise ser algo más delgada y resultar atractiva o interesante, ser de esas mujeres que tienen un día al mes dedicado a la depilación y demás cosas absurdas, acordarme de maquillarme por las mañanas y tener tiempo para ponerme crema y peinarme. Que mis descuidos fueran graciosos y que se me recordara por ser culta y educada. Recordar todas esas cosas que un día estudié y me parecieron interesantes, acabar de leer y profundizar sobre la obra y la vida de mis autores favoritos. Descubrir grupos musicales innovadores, viajar por Europa, visitar museos, lugares con encanto y tener una réflex digital y hacer fotos bonitas. Saber llevar tacones, que nunca me dolieran. Estar feliz y ser exitosa en mi trabajo, tener amigos interesantes. Quedarme con mi novio de toda la vida, comprarnos una casa, tener vino y champán en la nevera, conducir un coche bonito, formar una familia, ocuparme de mis hijos, ir de viaje a Disneyland y leerles cuentos de Andersen. Tener buen sexo y complicidad, estar enamorada. Ser ordenada, que no me importara madrugar y comer verduras y frutas cada día. Saber hablar en público, llevar los apuntes al día. También quisiera saber pintar, hacer buena letra, desmaquillarme por las noches, ver documentales, películas en versión original, saber francés, inglés e italiano. Que no me temblasen las piernas cuando tengo que hacer cosas que no he hecho nunca, llorar con frecuencia, ser siempre amable y no cabrearme nunca. Salir de compras cuando tengo crisis emocionales, explicar Hamlet, Lolita y La Metamorfosis y que todos me escucharan, ir al teatro con mi marido y luego, que me lleve a tomar un vodka a cualquier lugar. Tener todos los calcetines con su pareja, retratar a las mujeres mayores leyendo la Pronto en el metro, inventarme las vidas de toda la gente que pasa por delante de mi ventana cuando fumo, recibir un montón de regalos el día de mi cumpleaños, acordarme de tomar la píldora a la hora correcta…
Pero, ¿qué más da? Igualmente nunca voy a dejar de morderme las uñas.